3 ago 2009

EL PERRO


Un hecho real ocurrido en 1952.


Aquella noche Osvaldo estaba muy cansado, el “baile” que le había dado el sargento fue terrible y destructivo, seis horas de instrucción continua y luego dos horitas en el campo de tiro fueron suficientes... las piernas no le respondían, los hombros dolían feo y el hambre le aguijoneaba el estomago. Pero no importaba nada, porque en unos minutos el tren lo dejaría en la estación de San Martín, y de ahí las dos cuadras que la separaban de la casa de Titi se irían volando... Su novia estaría allí con los ravioles prometidos y las caricias a flor de piel, el único problema era el tren, porque el ultimo para Maschwitz salía de allí a la 1:05 lo que daba cuatro horas y pico para la cena y mimos.
Titi estaba radiante cuando abrió la puerta, la verdad es que Osvaldo lucia impecable en el uniforme azul de la federal, y esa gorra que él tanto odiaba le sentaba magnifica, pero no podía ser muy demostrativa ya que la mirada helada de la Negra controlaba la situación, Titi sabia que estaba de prestada en la casa de su hermana y no quería incomodarle ni incomodarse con una situación enojosa, demasiado bien sabia que ella era muy estricta y anticuada y le importaba mas lo que pensaban los vecinos que su propia felicidad.
Lo saludo con un beso en la mejilla y se deleito con el aroma de la colonia que ella misma le regalara una semana atrás mientras el le entregaba el paquetito con masas que traía para el café de postre, la charla durante la sobremesa giro sobre temas triviales, lo duro del trabajo en la fabrica para las hermanas y lo duro del entrenamiento en la escuela de policía para el... después de los postres la Negra estaba vencida de sueño y cabeceaba en la mesa, no quería dejar sola a Titi con Osvaldo pero el cansancio del día era mas fuerte, por lo que decidió retirarse a dormir, no sin antes mirar por la cancel para comprobar si los vecinos indiscretos no verían a su hermana despedirse de su novio demasiado apasionadamente. A partir de allí la cosa mejoro notablemente para Osvaldo que pudo, al fin, disfrutar de un poco de intimidad.
Las horas pasaban implacables y pronto seria tiempo de retirarse, a riesgo de perder el ultimo tren a Maschwitz y tener que dormir en la estación... como habían convenido dejo su uniforme allí para que las hermanas lo limpiaran adecuadamente durante el fin de semana y de civil, abrigándose con el grueso sobretodo que le había prestado don José, su padre, Osvaldo al fin pudo juntar valor para dejar a su novia en la puerta y marchar a la estación con el tiempo justo porque ya veía baja la señal que indicaba el próximo tren.
En el vagón no había un alma y el frío realmente calaba los huesos, poniéndolo de muy mal humor ya que a esa hora el único taxi que podría llevarlo hasta Dique Lujan hacia rato que estaba en el garaje. La caminata que le esperaba era brava a esa hora y con ese frío, mas aun cuando si o si tendría que cortar camino por el viejo terraplén de la vía muerta que unía los dos pueblos, ya que le ahorraría por lo menos dos kilómetros de marcha, no tenia miedo de andar por allí a esas horas ya que la Ballester Molina cal. .45 descansaba aceitada y lista, en el cinto y sobre la cadera, cerca de su mano derecha. Osvaldo estaba orgulloso de ella, era un arma bella y muy precisa y con ella había pasado con honores las condiciones de tiro.
El tren se detuvo estrepitosamente y salto al anden y a la noche cerrada, los únicos allí eran el señalero, con cara de dormido, el guarda y él, nada se movía en la oscuridad y ni se tomo el trabajo de mirar hacia el bar de Conti para ver si estaba el taxi, sobradamente sabia que Giordano, el dueño, ya estaría por el cuarto sueño...
Encaró con decisión el sendero que conducía el terraplén no sin antes correr una bala a la recámara de la .45, por si acaso, cuando llego al pequeño puentecito de madera que conectaba el sendero con el albardón no pudo evitar un intenso escalofrío que le recorrió la espalda, al tiempo que una sensación vaga de temor le pasaba por el corazón dándole una descarga de adrenalina; realmente ese lugar era tenebroso a aquella hora, mas aun con la niebla baja que no levantaba mas de un metro desde la superficie del arroyo que corría a la derecha del terraplén. Trato de no pensar en ello concentrándose en el lindo fin de semana que le esperaba; la mañana y hasta la media tarde del sábado tenia que terminar un trabajo en la carpintería de don José para tener unos pesos para llevar a Titi al cine y pizzeria por la noche, el domingo levantarse temprano para navegar en el bote que el mismo había hecho, asado al mediodía y paseos por la tarde con su novia y amigos, por la noche cena con los hermanos y su padre y a la cama, ya que el lunes vuelta a la escuela de policía, en esos pensamientos estaba cuando oyó una gran agitación a su derecha y adelante en el albardon. Se detuvo en seco e instintivamente su mano derecha rozó las cachas de la Ballester... algo estaba nadando en el zanjón y se dirigía indudablemente hacia el terraplén, como a veinte o treinta metros por delante de él. Luego de un momento de duda decidió ocultarse detrás del tronco de una frondosa casuarina a su izquierda y aguardo expectante, maldiciendo la falta de luna, tapada por una nube gorda, y de una oportuna linterna.
Algo finalmente trepaba con trabajo el borde del terraplén, con temor y olvidándose del frío extrajo la .45 que empuño con firmeza y aguardó expectante, los segundos se hacían eternos y no podía ver que era aquello que ya alcanzaba la parte superior del camino...
Un suspiro de alivio resonó en la noche cuando vio que eso que lo había asustado tanto era “Paco” el gran perro blanco y peludo del almacenero que a pesar de estar chorreando agua tenia una silueta inconfundible... –Perro de mierda- pensó para sus adentros mientas se relajaba y bajaba la pistola. El perro pasó sin verlo cruzando directamente los seis metros del albardon y se arrojo sin vacilar a la zanja del otro lado...-Perro loco-, penso ahora mientras otra vez se oía agitación en el arroyo.
- Que carajo pasa ahora?, penso mientras en lo profundo de su mente una alarma instintiva le decía que algo no andaba bien. El Cachorro trepó por el mismo lugar y cruzó derecho detrás de Paco, Cachorro era el perro favorito de su tía Angélica; y detrás de él paso el Negro, luego otros tres perros que conocía de vista, después el Lobo, el gran perrazo marrón del tío Alfredo, que parecía no sentir en ese momento los casi catorce años que cargaba encima, después mas y mas perros salían del arroyo, cruzaban sin verlo y se tiraban sin dudar al zanjón del otro lado.
Aquella situación era atemorizante, mas por lo extraña que por lo peligrosa, ya que los perros no parecían notar que él estaba allí, sin embargo volvió a levantar la Ballester y decidió quedarse ahí detrás de la casuarina hasta ver que pasaba...
Contó mas de veinte perros y hubiera jurado que por ahí pasaron casi todos los perros de Dique, ¿que sería aquello?, pensó; alguna perra alzada, seguro...
Justo en ese momento volvió a sentir movimiento en el arroyo, pero esta vez era diferente, el sonido era pausado y medido, como de alguien que se desplazaba por el agua con movimientos enérgicos pero precisos... el sonido cesó de pronto y las ramas de la orilla se movieron lentamente para dar paso a una nueva figura que emergía del agua.
Un perro de tamaño descomunal se alzo en el terraplén y se detuvo justo en el sendero levantando el hocico y olfateando el viento; Osvaldo no pudo evitar estremecerse de la impresión, aquel perro era de veras grande y de aspecto amenazador, nunca había visto animal de semejante tamaño y ciertamente no era de Dique, ya que difícilmente un bicho así le hubiera pasado desapercibido. El perro continuaba oliendo el viento mientras Osvaldo se felicitaba a si mismo por tener en la mano la .45...
De repente el animal quedo estático... luego lentamente bajó la cabeza y miró directamente la casuarina que ocultaba a Osvaldo.
En este momento el frío dejo de existir para él, ya que un sudor copioso le ganó la frente al tiempo que un temor desconocido le atenazó los músculos al punto de dejarlo casi inmóvil de la impresión. El animal clavó los ojos en los de Osvaldo y le brillaban con un extraño y fosforescente color rojo fragua, mientras que fruncía el ceño dejando ver una hilera de enormes dientes blancos, enmarcados por colmillos descomunales...
El policía creyó oír un gruñido sordo y gutural justo cuando el perro comenzó a dirigirse lentamente hacia él. Lo que siguió fue instintivo, levantó la pistola y el estruendo del disparo lo sorprendió quebrando el espeso silencio de aquella noche, el resplandor del fogonazo lo dejo por un segundo enceguecido, al tiempo que realineaba las miras de su arma.
El animal seguía allí, pero se había detenido, esta situación aterró aun mas al asustado Osvaldo; cualquier animal habría huido de inmediato ante semejante estampido, pero este no. Parecía inmutable parado allí bajo el fulgor de la luna llena y la helada que caía mansa desde el cielo. Por un instante nada se movió y ambos estuvieron conectados por las miradas, hundidas en los ojos del otro...
Finalmente el terror del hombre pudo mas y resonó un segundo disparo, y luego otro, y otro hasta que se agotaron las siete rondas del cargador.
A aquel animal parecían gustarle los disparos ya que seguía allí sin moverse, mientras Osvaldo buscaba desesperadamente en el bolsillo trasero del pantalón el cargador de repuesto, mientras no sacaba los ojos del animal.
Lo que siguió a partir de ahí hizo que Osvaldo tuviera dificultades para dormir durante los siguientes meses...
El animal se irguió sobre sus patas traseras estirando el cuello y la cabeza al cielo al tiempo que emitía el aullido mas espeluznante que hubiera sonado por aquel lugar. El corazón del policía trataba de salirse de su pecho mientras se entrecortaba su respiración y el terror se apoderaba hasta de la ultima fibra de su ser.
Logro, luego de un par de intentos, colocar el segundo cargador en la pistola justo en el momento en que aquella bestia volvía a colocarse a cuatro patas y desaparecía a toda velocidad por el hueco entre la vegetación que los otros animales habían dejado minutos antes, mientras Osvaldo intentaba apuntar sin éxito, debido a lo intenso del temblor que el miedo le provocaba.
El ruido y la agitación se fueron alejando hacia su izquierda, mientras el policía temblaba y trataba de controlar la respiración... con el correr de los minutos logro clamarse lo suficiente como para intentar moverse y seguir caminando, sin embargo la idea de pasar por donde minutos antes estaba aquello le causaba una viva impresión difícil de controlar, sumado al hecho que una espesa nube cubría ahora la luna impidiendo ver mas allá de un par de metros.
Luego de media hora y al no oír nada mas, logró juntar el coraje de continuar su camino alumbrando el sendero con la débil luz de la llama de bencina de su encendedor zippo. Corrió las cuadras que lo separaban del camino principal, pistola en mano y dándose vuelta constantemente, imaginando al animal acechándolo. Nada pasó sin embargo y logro llegar al sendero, que tenía los tres puentes de madera que cruzaban los zanjones que lo separaban de punta canal, que es donde vivía.
Esa noche se acostó con la pistola cargada bajo la almohada y le fue imposible dormir; a la mañana siguiente le contó a su padre y sus hermanos el suceso de la madrugada. Las reacciones de ellos fueron variopintas; las hermanas escucharon con temor y guardaron silencio, Toto y Petiso en cambio se rieron a carcajadas con chanzas y comentarios sobre la cantidad de alcohol que Titi seguramente le había administrado en la cena anterior... Don José en cambio guardo silencio.
“Anda a contarle lo que te paso a Mauricio” le dijo su padre cuando quedaron solos.
Mauricio, su tío y hermano de don José, conocido en todo Dique como la persona con mas conocimientos de cuanta cosa rara pasare, escucho atentamente el relato con mirada inescrutable y sin pronunciar palabra… y al final le dijo que no tuviera miedo, que probablemente no volvería a cruzarse con ese animal nunca mas; cosa que efectivamente paso, nunca volvió a ver algo así; sin embargo, a partir de ese día y hasta su muerte, Osvaldo durmió siempre con una escopeta al lado de su cama, cargada con dos cartuchos que el tío Mauricio le había recargado personalmente... usando como munición trozos de aquella gruesa cadena de plata que tenia el reloj de bolsillo, que el abuelo Papeé le había regalado al joven Maurice, como gustaba llamarlo el viejo, justo un tiempo antes de morir.
Daniel Pratt